sábado, 21 de noviembre de 2009

13° Capítulo – páginas 120 a 130

En el año 1977 entré al mundo del boxeo como promotor en el Sport Club Pacífico de General Alvear.
Viajé con Hugo a General Pico a ver unos boxeadores de allí a fin de concertar peleas con otros de nuestra ciudad. Allí conocimos a unas chicas y las invitamos a venir con nosotros por unos días a General Alvear. Una de ellas tenía un nene de unos dos años y el único problema que se le presentaba para venir era que no sabía con quién dejarlo. Hugo recordó a una señora muy responsable que había conocido en el hotel donde trabajara alguna vez. Esta señora solía cuidar los hijos de las chicas que trabajaban en nuestro boliche y en Marimar. Junto a su nueva amiga fue a verla para preguntarle si podía hacerse cargo de cuidar ese niño un fin de semana. Cuando regresó me llamó aparte y me dijo:
- ¿Querés conocer el nene de la Tania? Lo está cuidando esta señora.
Habían pasado dos años. Tania, según había dicho la mujer a Hugo, en ese momento estaba en General Acha, en casa de su hermana.
Fui con él simulando ser un acompañante ocasional. Lo único que recuerdo es que el niño era algo morocho, tenía el cabello corto y era, con esa edad, algo gordito.
No volví a verlo. Espero que esta historia en lo que a él se refiere haya terminado para mí allí mismo. No me gustaría saber algún día que todos esos delirios sobre mi paternidad le hayan sido trasmitidos. No le tengo miedo al problema que me pueda causar su aparición. En cambio sí me preocuparía saber que ese muchacho viva creyendo que su padre lo abandonó y está en algún lugar de Mendoza. Si yo hubiera tenido la más mínima duda o algún indicio confiable que me hiciera pensar que en realidad era hijo de Tania y mío, hoy estaría a mi lado y llevaría mi apellido.
Por desgracia (Y ojala él no lea esto nunca) fue usado como una herramienta para retenerme y como tal fue dejado de lado al ver la ineficacia del intento.

De algún modo, a mediados del año 1978, después de varios meses sin verla, supe que Tania estaba viviendo en la ciudad de Santa Rosa. La misma persona que me dio ese dato, me indicó su domicilio. Poco después, junto a mi hermano Héctor, viajé al Valle de Río Negro a vender pantalones y otras prendas de jean que fabricábamos desde hacía un tiempo. Para llegar a General Pico - donde todavía teníamos las canchas de bowling - debíamos pasar por Santa Rosa. Aún sabiendo que mi prolongada ausencia me sería reprochada, decidí pasar a ver a Tania.
Como siempre, ella me recibió con una sonrisa luminosa y me invitó a entrar a su casa con cierto nerviosismo que posteriormente entendí. Apenas entré supe que ella tenía una hija de pocos meses.
- Se llama Carolina – dijo Tania a modo de presentación.
En cuanto recuperé el movimiento de las piernas, me recliné sobre la cuna a mirar esa niña. Era una criatura hermosa, de ojos rasgados y cabellos claros, de cuyo nacimiento yo no había sido informado, pero que, evidentemente, se trataba de un fruto de su vientre.
Una idea cruzó mi mente: ¿Sería hija mía? Como dije, había dejado de ver a Tania por varios meses, pero sabía que no eran tantos como para descartar esa posibilidad. Aunque pensé y repasé esa hipótesis, en ese momento no me atreví a preguntarle. Teniendo en cuenta los sucesos relatados, y conociéndola, era lógico suponer que ella me lo diría apenas tuviéramos un momento a solas.
Un detalle: el otro niño, el primero, el que, supuestamente era nuestro - que para entonces debía tener más de dos años - brillaba por su ausencia.

Pasé esa noche en su casa, mordiéndome las ganas de preguntar sobre el origen de esa hermosa niña que dormía plácidamente en su cuna. Ella no decía nada, yo no preguntaba nada.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, hablando sobre algún tema que hoy no recuerdo, le comenté a Tania que en Río Negro, en un diario de La Pampa, yo había leído sobre un accidente ocurrido en esa zona. En el mismo, un hombre, al parecer muy conocido en esa ciudad de Santa Rosa, había muerto al volcar el auto que conducía. Es probable que el vehículo haya sido un Dodge 1500, yo tenía un auto de esa marca y modelo y creo recordar que fue eso lo que me hizo memorizar la noticia. El accidente había ocurrido de madrugada, camino a Macachín.
Tania me escuchó en silencio, se quedó un momento callada, mirándome, y luego dijo:
- ¿Y porqué me preguntás justamente eso?
- No sé, vos vivís acá, se me ocurrió comentarte eso... – le contesté sin entender ese cambio en su expresión.
- Ese hombre era el padre de la nena... – dijo ella señalando con un gesto triste el moisés donde dormía su hija.
Nunca entendí porqué, en ese momento, yo le había hablado justamente de ese accidente. No había escuchado nada que me hiciera suponer que ella pudiera conocer a ese hombre. Me quedé helado; hasta un instante antes pensaba que esa niña era mi hija y que ella me lo confirmaría de un momento a otro. A pesar de su corta edad, ya había empezado a encontrarle un parecido conmigo, y la noche antes, en las horas que me llevó dormirme, había comenzado a imaginar cómo lo informaría a mi familia y cómo sería mi vida de ahí en más, viajando a Santa Rosa a verla.
Pensé en insistir, preguntarle si estaba segura de esa paternidad e incluso pedirle que sacara nuevamente sus cuentas, las comparara con las mías y al menos considerara la posibilidad de que esa niña fuera mi hija. Pero no lo hice; en esa época era creencia probada que cuando una mujer decía una cosa así, la veracidad y seguridad de esa afirmación eran irrefutables y estaban basadas en la ya famosa e indiscutible “intuición femenina”.
Poco antes del mediodía me fui de allí. Llevaba grabados en mis ojos esos otros ojos pequeñitos que desde la cuna me sonreían sin entender mis tácitas preguntas. Y la gran duda que aún hormiguea en mi cerebro cada vez que recuerdo ese viaje.
(Si llegaste hasta aquí es porque vas a terminar de leer este libro, en el inicio está mi mail, dame tu opinión hasta acá, y seguí leyendo que falta lo mejor, gracias)
De los demás protagonistas nombrados, mi primo Osvaldo, algunos años más tarde, fue secuestrado en General Alvear por los militares que tomaron el poder en el año 1976. Algunos meses después apareció en Buenos Aires, con las lógicas secuelas psicológicas. Es uno de los pocos sobrevivientes de ese tipo de detenciones.
Roxy abandonó General Alvear y regresó a Rosario a fines del año 1977. En mi último contacto estaba preparando su casamiento.
A Graciela y a Patricia volví a verlas algunos años después en Eduardo Castex, en una whisquería que estaba ubicada sobre la ruta 35.
Carlos, como ya dije, me llamó hace unos años desde una provincia norteña y sospecho que debe haberse afincado allí.
Coco sigue vivo en una quinta de los alrededores de General Pico. Nos hemos visto algunas veces en estos años.
Con Carmen estuve hablando alguna vez en General Alvear. Me contó que tenía una hija. Recientemente supe que alguien la había encontrado en Tierra del Fuego.
Pablo vive actualmente en General Alvear. Nos vemos prácticamente todos los días.

He extendido el relato de lo que fue “Mimo’s” en mi vida hasta el momento en que sentí rotos todos los lazos que alguna vez me unieron a ese mundo. Han pasado muchos años y el destino ha atado nuevamente mis pies en la que fuera mi tierra natal. Sin embargo, por alguna causa que ignoro y no me preocupo en averiguar, todos los días de mi vida pienso en La Pampa. Pienso en ella con esa nostalgia incómoda con que se añora el lugar donde se ha reído, se ha amado, se ha sido feliz y, de algún modo, se ha permanecido para siempre. Generalmente es al atardecer cuando, mirando al sudeste, emprendo un vuelo imaginario que me lleva por encima de los bosques de algarrobos, chañares y caldenes. Me deslizo mentalmente sobre todos esos lugares que sigo sintiendo míos,... pero me detengo en General Pico, mi segundo hogar. Allí están todavía muchos de mis amigos, muriéndose de uno en uno, sin darse por enterados que ya se pusieron viejos, y compartiendo sin saberlo muchos de los recuerdos que han dado forma a este libro.
No estoy seguro de haber logrado reflejar todas las emociones, risas, broncas, amores, amistades, etc. que enriquecieron mi vida en esos años. Estas añoranzas, ya lo he dicho, me llevan irremediablemente a comparar esos dos años de mi juventud con lo que mis amigos de la infancia estaban haciendo en el mismo lapso de tiempo. Algunos estaban terminando sus estudios y hoy son prósperos profesionales. Otros, con mayor o menor suerte, comenzaban a trabajar en oficios diversos. Hubo quienes se casaron con sus primeras novias, y hoy son abuelos acostumbrados a ese rótulo. Pero seguramente hubo otros que, como yo, sólo querían vivir intensamente y seguir adelante. Hacer de todo un poco y nada definitivo, nada comprometedor, nada que obligue a una continuidad en el tiempo. Nada que parezca seguir una existencia planificada.
Si naciera de nuevo seguramente elegiría otra vez esta última opción. No he descartado nin¬guno de mis proyectos de entonces. Todo está ahí, esperando para ser realizado. Sólo necesito vivir ciento cincuenta o doscientos años y eso, por desgracia, no depende de mí.
Yo viví así, seguramente equivocado, pero feliz,... muy feliz. Hoy, vivo como puedo. Y recuerdo lo vivido. Y corrijo lo corregible. Y si no se puede o la experiencia no fue suficiente, me equivoco nuevamente y tropiezo exactamente en la misma piedra, y con el mismo pie.

A veces leo y releo estas anécdotas sobre calabozos, policías, tiros, trompadas y mujeres de la noche y las comparo con conocidas novelas sobre el tema, y me pregunto: ¿Qué valor pue¬de tener documentar estas cosas que podrían haberle ocurrido a miles de perso¬nas en el mismo momento en que yo las viví? ¿De qué sirve contar mi efímero e injusto paso por un oscuro calabozo de comisaría cuando existen los libros “Papillón” o “Expreso de Medianoche”.? ¿Qué sentido tiene detallar una pelea o un tiroteo en un mundo tan violento como el de hoy?
En primer lugar, esto no es ficción. Es parte de mi verdad. De mis aciertos y de mis errores. Yo no quiero olvidar ni unos ni otros.
Esos recuerdos, junto a otros que no incluyo, algunos por respeto a los protagonistas y otros por falta de espacio, en cierto modo documentan sobre algunos aspectos generales de la vida en aquellos años. Si mi participación en esa etapa fue positiva o negativa, hoy no importa mucho.
Recordar el pasado, con todo lo malo y lo bueno que lo componen, me demuestra que el tiempo en realidad, de algún modo, pasó. Mientras yo reía, amaba, peleaba, o tal vez soñaba, él continuaba deslizándose implacable en busca de los días que hoy vivo.
He jugado con cosas que no tienen repuesto, cosas invalorables como la vida o la libertad. Sin embargo, confieso que, a pesar de los ratos amargos y las preocupaciones citadas, en aquellos momentos me sentía tremen¬damente vivo.
Mi viejo, entonces, estaba aquí, en este mundo, siempre ahí, al alcance de la vista y de la mano.
- “Cuando tenerlo era fácil y morir era algo ajeno” – dice una de mis poesías.
Como dije al comienzo: todos éramos inmortales en esa época.
- “¿El futuro? ¿Qué me importa el futuro? Déjalo que espere allá, ya nos ocuparemos de él cuando terminemos de reír.”

Quizá una buena razón para editar este libro sería la de alertar a mis posibles descendientes sobre los riesgos de elegir un camino equivocado, un camino que generalmente tiene un solo sentido y que podría haberme llevado hacia un destino que, siempre supe, no tenía nada que ver conmigo.
Otro de los motivos que tal vez justifican este texto, es la disimilitud que existe entre el protagonista de los hechos narrados y el que ahora veo en el espejo.
Comencé a reunir el material de este libro entre los años 78 y 79. Un viejo cuaderno, que aún conservo, fue guardando los nombres y las anécdotas que finalmente integraron este texto. Aparte de unas poesías intrascendentes, fue lo único que escribí durante casi una década. Desde el año 1988 en un acercamiento definitivo hacia las letras, comencé a escribir con más asiduidad y desde entonces, con mucho coraje, he incursionado en la mayoría de los géneros literarios. Junto al modo de vida relacionado con la noche y la violencia que he detallado aquí, también hace varios años que he abandonado la caza mayor, otro de mis deportes preferidos de entonces. Poseo varias armas que dormirán bien guardadas hasta que mis futuros nietos decidan qué hacer con ellas. Creo que de aquel personaje que alguna vez proyectó “Mimo’s” sólo conservo una gran devoción por las mujeres y todo lo positivo que ellas representan: amor, sexo, ternura, compañía y la maravillosa posibilidad de darnos hijos. Ahora que lo pienso, quizá, después de todo, puede que yo haya nacido para la paz y el amor.
Pido perdón a los amigos de entonces que hubieran querido verse recordados aquí, ya sea en alguna anécdota que los contenga o simplemente con su nombre. Aunque sólo me he referido por el apellido a aquellos protagonistas a quienes previamente pude consultar, del mismo modo, pido disculpas si alguna alusión resultara inoportuna o inapropiada.
Finalizo la corrección de esta última página en la madrugada del 22 de febrero del año 2.000. Mi hija, Macarena Lucía, duerme en la otra habitación. Tiene seis años y medio y desde los tres sabe leer. Algún día forzosamente leerá este texto. Es mujer y ya demuestra una fuerte personalidad. Sé que me reprochará sobre algunos pasajes, y reirá divertida con otros. Pero nunca podrá ponerse totalmente en mi lugar para entender con claridad y comprensión lo que he querido decir, y principalmente lo que alguna vez quise ser y hacer. (Todavía no lo sé.) De todas formas, si el destino me saca tempranamente de su lado, habrá miles de páginas dedicadas a otros temas, esperándola para ayudarla a conocerme un poco más. A ella le dedico toda la buena intención que tuve al decidirme a contar estas vivencias que otros hubieran escondido en el más oscuro rincón de la memoria._
Rubén Antolín Heredia

SEGUNDA PARTE A MODO DE EPÍLOGO ABIERTO
texto autobiográfico de RUBÉN ANTOLÍN HEREDIA

La mayor parte del texto que precede, presentado como "Dos Años de Luces Rojas", fue escrito entre los años 1978 y 1990. Al principio fueron pequeños párrafos que sólo yo podía entender, garabateados en un viejo cuaderno. Cada vez que recordaba alguna cosa, a mi entender, digna de figurar en lo que ya imaginaba como un libro, agregaba unos pocos renglones. Cuando agoté esa fase, intenté ordenar los hechos en forma cronológica. Sólo lo logré con las historias más extensas, el resto quedó entremezclado a la buena de Dios. Salvo por la temperatura, las noches pampeanas suelen ser muy parecidas y los años transcurridos promediaron la intensidad de mis recuerdos.
Con esa primaria lista, llegó el momento de escribir. Como texto autobiográfico recordaba “Una Excursión a los Indios Ranqueles”, libro que me apasiona y que siempre recomiendo. Desde la primera lectura, en mi adolescencia, me había sorprendido el modo sencillo y directo en que Lucio V. Mansilla había desgranado esos recuerdos tan valiosos, obtenidos en una etapa de su vida militar. Los míos eran diametralmente distintos y seguramente apenas podrían aspirar a pasar a la historia familiar, pero el objetivo era el mismo: salvarlos del olvido, sin pensar aún en un lector específico. Así fue surgiendo el libro, contando los sucesos del mismo modo en que lo haría en un asado entre amigos. Cien veces corregí ese texto inicial y aún sigo encontrando frases cuestionables. Algunos párrafos borrados en esas correcciones regresaron al texto seis meses después, con un gesto de disculpa de mi parte. Hay palabras insustituibles y cosas que sólo se pueden contar crudamente. Lo único que nunca cambió fue la veracidad de lo relatado. Con más o menos detalle, la historia fue exactamente como usted acaba de leer.
Soy un escritor aficionado. Algo reconocido en mi zona, gracias a varios premios literarios que cada tanto llevan mi nombre a las FM locales. Pero aún estoy muy lejos de merecer la palabra famoso y es muy probable que ése no sea mi destino predeterminado. Las editoriales a riesgo parecen valorar solamente a quienes cuentan con antecedentes que garanticen una venta provechosa, aunque esos antecedentes pertenezcan a un género totalmente alejado del arte de escribir. El único modo que tengo de llegar a ver mis trabajos impresos es por medio de una edición particular. El método artesanal que he adoptado últimamente comprende gran parte de trabajo personal. Salvo el fotocopiado de las páginas y el recorte final de los libros terminados, el resto queda a mi cargo.
Alrededor del año 2.000 y ya contando con mi primera computadora, di forma a las páginas definitivas del texto que denominé “Dos Años de Luces Rojas”. Proporcionalmente a la capacidad de mi bolsillo comencé a llevar trabajo a la librería que se encarga de la duplicación. De ese modo, haciendo las páginas poco a poco, he podido editar mis libros sin sentir tanto el gasto, que es mucho y sin retorno para un escritor de provincia. (Más adelante se verá el porqué de esta explicación inicial.)
A mediados del año 2001 ya contaba con la mitad de las páginas del libro impresas y listas para recortar y comenzar a armar los 150 ejemplares de esa pequeña edición personal. Pero el destino me estaba esperando para contarme un secreto.
Una tarde de invierno, en el taller de mi hermano Héctor, encontré una revista Gente. Estaba en muy mal estado, se había mojado y el dueño la había abandonado allí, donde era leída por todo el que se sentaba a tomar mate. En la tapa estaba el rostro de la actriz Andrea del Boca, quejándose de su ex marido. Comencé a pasar las páginas, buscando algo que me interesara. En una foto a dos páginas, una muchacha recostada, me miraba con aire misterioso. Sus ojos rasgados me llamaron inmediatamente la atención.
- "Lloro todos los días, mi vida cambió demasiado rápido" - decía el titular.
Debajo, a la derecha, estaba la palabra "PAMPITA".
- Así que ésta es la famosa "Pampita" - pensé, a la vez que recordaba haber oído ese seudónimo en la televisión y en comentarios de los asados del taller.
Di vuelta la página, detrás había otras tres fotos de la joven y comenzaba la parte escrita de la nota.
No sé por qué leí ese texto, generalmente de las modelos, a falta de su presencia real, bastante improbable, sólo me importa su imagen como un símbolo de la belleza inalcanzable que aún anda por allí, y nunca tanto como para comprar una revista atraído por una foto sugestiva.
La nota comenzaba diciendo: "Había una vez..." Tal vez fue ese comienzo de cuento lo que me llevó a seguir leyendo.
Más abajo se nombraba a General Acha, una localidad del Sur de la provincia de La Pampa que conozco desde hace cuarenta años. En la década del sesenta, en esa zona, he cazado ciervos y jabalíes con mi padre.
Pero, siguiendo con la lectura, volví a encontrarme con ese "Había una vez... " - y continué leyendo: -... una mujer brasileña llamada Tania, que dejó su país natal para caminar las ásperas calles de La Pampa, en la Argentina." ... "Aquí encontró el amor" ... "Y de ese amor nació Carolina, una calurosa mañana del 17 de Enero de 1981."
Apenas había leído las palabras Tania y brasileña cuando había comprendido que se trataba de una antigua amiga, con la cual alguna vez había tenido una irregular pero intensa historia de amor. Sabía que ella tenía una hija y yo recordaba que se llamaba Carolina.
Pero algo no coincidía con mis recuerdos...
Yo había conocido a esa niña a comienzos del invierno del año 1978, tres años antes de la fecha señalada allí como la fecha de su nacimiento.
Seguí leyendo. La nota hablaba de la muerte de su padre. También recordaba eso, pero allí también diferíamos. En la revista decía que eso había ocurrido cuando Carolina tenía seis años. Tania, en esa visita donde yo había conocido a su hija, (narrada en las últimas páginas de mi libro “Dos Años de Luces Rojas”) me había dicho que el padre de la niña había muerto en un accidente... en los primeros meses del año 1978.
"Soy hija única..." declaraba Carolina más adelante, quitándome la posibilidad de que fuera una hermana menor de aquella bebé que yo vi en esa casa.
Pero no podía ser otra, mi memoria raramente me ha fallado, y tenía muy presente el momento en que Tania, al mostrármela en su cuna, me había dicho: - Se llama Carolina.
En ese momento, yo había relacionado el nombre con Carolina de Mónaco, en la cúspide de su belleza y fama, y eso me permitió conservarlo con claridad a pesar del tiempo transcurrido.
Pensé que tal vez esa niña que yo había conocido de bebé podría haber muerto, dejando el nombre a una hermana posterior. Se me estremeció el corazón.
Volví a mirar las fotos, ese rostro me resultaba muy familiar.
Yo recordaba muy bien a Tania, su rostro era delgado y no lograba encontrar un parecido entre ambas mujeres. De todos modos - pensé -, seguramente debían compartir algún "aire" de familia que me llamaba la atención.
Con la revista en la mano, subí a mi auto y fui hasta el negocio de un amigo que conocía toda la parte de mi historia mientras viví en La Pampa y todo lo relacionado con Tania.
- ¿A quién se parece esta chica? - le dije, mostrándole las fotos de la revista mientras tapaba los títulos.
- A la Maki - me dijo sin dudar.
- No, es la hija de Tania, la chica que vivía conmigo en General Pico - le dije para aclararle y sin analizar aún lo que me había contestado.
Volvió a mirar las fotos detenidamente y leyó la nota.
- Si es hija de la Tania, también es hija tuya,... ¿no te das cuenta que se parece a vos y a la Maki? - me preguntó.
Maki es Macarena, mi hija menor, en ese entonces con ocho años recién cumplidos.
- No puede ser - dije cuando me recompuse, tomando nuevamente la revista -. Acá dice que esta chica nació en 1981 y la bebé que yo conocí había nacido a principios del año 1978.
- Son mentiras, la hija de Tania nació en 1978. Para mí, es como te digo, es hija de Tania, y es hija tuya,... vos andabas ahí,... ese parecido no puede ser casualidad - me dijo él.
En esa época hacía poco que había comenzado a usar Internet. Fui hasta unas cabinas y alquilé una máquina. En el buscador Google escribí la palabra: Pampita. Aparecieron trece páginas con distintas informaciones sobre esa muchacha. Allí se repetía una historia similar a la que había leído en la revista. Leí todas las páginas hasta que apareció una que decía la verdad. Al menos una parte de la verdad que a mí me constaba. Carolina había nacido el 17 de Enero del año 1978. Por lo tanto, se trataba de la misma niña que yo conocí.
En una de esas páginas, en un foro de admiradores, un chico se quejaba de esa mentira en la fecha de nacimiento declarada y, además, aseguraba haber sido compañero de Carolina en una escuela estatal distinta a una privada que en otra página se daba como la transitada por la modelo. Comenzaban a aparecer algunas mentiras.
También encontré datos contradictorios sobre la muerte de su padre. En distintas partes se lo daba por muerto cuando Carolina tenía cuatro, cinco, seis y hasta siete años. Pero siempre se hablaba de un accidente ocurrido en el año 1983 o después. Todas esas fechas alejaban hacia delante la posibilidad de que fuera el mismo hombre que Tania había indicado como padre de la niña aquella fría mañana de 1978, mientras tomábamos mate en su casa.
De todos modos, si no es un refrán conocido, acabo de inventarlo: "Cuando hay una mentira... es porque hay un motivo para mentir."
Carolina era la misma niña que yo conocí. Tal como yo recordaba y ya estaba escrito en el libro Dos Años de Luces Rojas, que en esos días estaba por comenzar a armar - y que antecede a esta parte - al conocerla de bebé, yo había considerado seriamente la posibilidad de ser su padre.
En ese entonces todavía faltaba mucho para que se comenzara a hablar del ADN como medio para probar una paternidad. Era el dedo de la madre el que señalaba al responsable y esa señal era indiscutible. Salvo que uno no hubiera estado nunca cerca de esa mujer. Pero yo había estado muy cerca, antes de nacer esa niña... y aun después.
Entonces llegaron las preguntas: ¿Y si, después de todo, esa chica realmente era mi hija? ¿Si la madre, por algún motivo que desconozco y no imagino, me había mentido? En el caso de haber llevado una relación paralela con ese otro hombre, ¿podría ella haberse confundido? ¿Por qué la discrepancia entre las fechas de fallecimiento de ese hombre? ¿Sería el mismo? ¿Por qué esa chica se parecía al rostro que mis viejas fotos me mostraban? ¿Porqué se parecía a mi hija Macarena? ¿Podría ser todo eso una gran casualidad?

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