sábado, 21 de noviembre de 2009

15° Capítulo – páginas 140 a 150

Una semana después, Carolina fue al programa de Mirtha Legrand, y ante una pregunta incisiva de la conductora, reconoció que yo había sido un novio de su madre, pero - aclaró - "anterior" a su padre. Es decir, yo había sido "alguien", pero estaba confundido – o mintiendo - en mis cálculos.
Deduje que esa versión provenía de Tania y era una respuesta obligada que en cierta forma ordenaba todo a gusto de Carolina y sus allegados, en ese momento dentro de la clase más alta de la Argentina.
Imagino que esa explicación debe haber sido más o menos así:
- Ese hombre estuvo de novio conmigo, esa relación se terminó y se ol-vidó totalmente, luego conocí a tu papá, de esa nueva relación quedé em-barazada y naciste vos.
Todo muy cuadradito. Si no quedaran tantas mentiras por aclarar.

Nunca guardé cartas o fotos de antiguas novias. No sé por qué, real-mente hoy me gustaría tener algunas que me recuerden esos momentos románticos y especialmente el rostro de quienes las escribieron.
De la época de Mimo´s conservo varias fotos, sacadas y reveladas por Marcos, nombrado en el texto anterior.
Las busqué y allí estaba ella, Tania, a mi lado. En algunas de esas fotos nos vemos junto a "El Gringo", su sobrinito, también citado en la primera parte de este libro.
Y allí, entre las fotos, como una sonrisa del destino, apareció una carta. Una carta de Tania.
Seguramente ha sido la última que me ha escrito. No recordaba haberla guardado. (Reconozco que tampoco recuerdo haberla contestado.) Por al-gún misterioso designio se había salvado del fuego purificador que alguna vez terminó con las otras.
Leí la carta. Después de recordarme su cumpleaños, (14 de Agosto) ella me recriminaba no haber ido a verla y me invitaba a que me tomara unos días y la visitara. Me contaba que se había comprado un auto en el que po-dríamos salir a pasear. Me decía que me estaba guardando un cachorrito de una perra Cocker que yo había conocido en su casa. Y finalmente, a modo de despedida me reiteraba que estaba sola, libre y sin compromiso... y que su corazón me pertenecía.
Miré el sobre. La carta estaba fechada el 20 de Agosto del año 1979.
¡¡Cuando Carolina tenía un año y siete meses cumplidos!!
Repito: ese texto fue escrito cuando Carolina ya caminaba y decía sus primeras palabras.
¿Y ahora? ¿Cómo? ¿Qué pasó? ¿No era yo un novio "anterior"? ¿Se le puede escribir una carta de amor, como esa, a un novio al que se ha dejado de ver hace casi tres años? Y de hacerlo, ¿se lo puede invitar a pasear li-bremente y a una casa donde "supuestamente" hay una relación - estable o no - con otra pareja?
Evidentemente, las mentiras eran más de las que yo había imaginado en un principio.
(Tania: Si alguna vez leés esto, perdoname por la repetición e insisten-cia de la palabra “mentira”. Para este caso no he encontrado un sinónimo que pueda suplantarla.)

A principios del año 2005, en un viaje a Buenos Aires, fui hasta la direc-ción que me habían dado de la casa de Carolina. (Calle DARWIN 1154) Es-taba dentro de un conjunto de lofts construidos tomando como base una antigua y alta edificación de ladrillos, sobre una calle adoquinada. Un por-tón, custodiado por un policía dentro de una casilla ubicada sobre la vereda, era la única entrada al lugar.
Pregunté al portero por la señora Carolina de Barrantes. El portero pre-guntó y anotó mi nombre y luego fue hasta un teléfono. Regresó diciendo:
- La señora no está.
- Vengo de una librería, ¿usted puede entregarle estos libros?
El portero asintió, tomó el paquete, lo tocó para asegurarse que eran li-bros y volvió a su lugar.
Los libros que le entregaba, de mi autoría, eran: “La Tarde de Tadeo”, de cuentos, “Versos Diversos”, de poesías, y “Dos Años de Luces Rojas”, el texto anterior que usted acaba de leer.
Calculando que no me quisiera recibir, (cosa que no puedo asegurar ni descartar) junto a los libros incluí una nota donde, entre otras cosas, le de-cía:
- "Cuando esos libros entren a tu casa, yo estaré en la esquina durante media hora. Quisiera hablar con vos. Estoy solo. Podés darle a mis libros el destino que creas que merecen, pero quiero que tu madre lea ése que la incluye. Quiero que ambas lo lean porque, tarde o temprano, voy a volver a editarlo. No voy a tirar mis recuerdos a la basura. Pertenecen a mi familia, estés o no incluida en ella. Nuestro problema no debe tocar mis escritos del mismo modo en que tampoco debe afectar tu trabajo."
Esperé ahí una hora y me fui.

Por último, por medio de una amiga que reside en Santa Rosa conseguí la dirección de Tania y le escribí dos cartas. En ambas le pedía lo mismo: que me contestara, que teníamos que hablar sobre lo ocurrido, etc. Una vez más adjunté todos mis datos, mails y teléfonos celulares y fijos. Nunca reci-bí respuesta.

Así están las cosas. En momentos en que termino de corregir este tex-to, Carolina se ha divorciado de su primer marido y ha formado una nueva pareja con un reconocido actor chileno. Ha dado a luz a dos hijos, Blanca y Bautista, y se la ve muy feliz.
No sé si habrá guardado las fotos que le envié, posiblemente no.
Después de haber pasado varios meses enemistada con su madre, ha recompuesto esa relación y todo parece ser armonía.
No sé si la verdad sobre este tema se resolverá alguna vez. No veo sig-nos de querer buscarla y mucho menos de enfrentarla. ¿Será, como me anticiparon, a causa del dinero? ¿Producirá esos efectos la fama? ¿Se podrá vivir igual con una historia ficticia?
A esos niños que han nacido, ¿qué se le va a contar como la historia de su familia? ¿La historia rosada y cuadradita de Internet? ¿O la otra, llena de contradicciones y fechas que no coinciden ni aplicando la Teoría de la Rela-tividad?
Lo que descarto es que jamás se les va a hablar de mí.
Es por eso que he escrito esta segunda parte que he llamado: "Nunca es Triste la Verdad". Obviamente Serrat lo dice con ironía, ésta, mi verdad, parece destinada al triste destino de la negación.
Queda librado a la suerte que alguna vez esos niños (¿mis nietos?) se encuentren con este libro y lo lean. Queda librado a su discernimiento lo que hagan después de leerlo.


Rubén Antolín Heredia (continúa)

Algunas palabras sobre otro tema inconcluso incluido en la primera par-te

A principios del año 2005 viajé a General Pico a visitar a mi hermano y su familia. Dediqué los primeros días a reencontrarme con algunos amigos de aquellos años y a ponerme al día en lo sucedido desde entonces en la vida de cada uno. Dos de ellos, Víctor y Marcos, coincidieron en adelantar-me algo sobre un tema que para mí era muy importante y que, reconozco, me había quitado el sueño muchas noches: El destino de ese niño que al-guna vez se me había pretendido adjudicar como mi hijo. (Ver “Dos Años de Luces Rojas – Primera Parte.”)
Supe que vivía cerca y decidí ir a verlo. Fue un Domingo a la mañana y me acompañaba Marcos.
Creo que me reconoció enseguida, se me acercó y nos abrazamos en la vereda.
- Hace veintinueve años que me pregunto qué habría sido de vos - le dije.
Yo ya había sido informado que él sabía toda la verdad sobre el modo en que había llegado a General Pico, aunque no su verdadero origen. Eso me evitó explicaciones indebidas y facilitó el diálogo.
Tomando unos mates, en presencia de su esposa y sus dos hijos, le conté todo lo que sabía de su historia, tal cual está relatado en el texto an-terior.
Él creía haber nacido a fines del año 1976, posiblemente en Octubre. Yo lo corregí, informándole que debía haber nacido a principios de ese mismo año, ya que recordaba que la noche del 24 de Marzo, a horas del golpe militar de Videla & Asociados, con Tania habíamos tenido una de las tantas discusiones sobre su presencia allí, en La Pampa.
- Si yo hubiera podido creer que eras hijo de Tania, te hubiera recono-cido como mío,... pero la historia que me contaban era realmente increíble - le aseguré.
Él sólo sonreía. Allí supe el resto de esa historia que yo desconocía y que aún me cuesta creer.
Supe que Tania, al comprobar lo vano de sus intentos de hacerme aceptar la paternidad de ese niño, lo había dejado allí, en General Pico, al cuidado de una mujer. Luego había viajado a General Acha, a casa de su hermana, instalándose finalmente en Santa Rosa.
Esta señora que quedó al cuidado del niño (y que fue quien finalmente lo crió como suyo y le dio su apellido), preocupada al ver que Tania no re-gresaba a buscar a su hijo, decidió llevárselo a Santa Rosa y hacia allí viajó acompañada de su hija mayor.
- No lo traigan más - les dijo Tania esa misma tarde, cuando las despi-dió en la terminal de ómnibus. Por supuesto, el niño regresó con ellas a Ge-neral Pico. Hasta los nueve años estuvo indocumentado, yendo a la escuela con un papel provisorio que le había dado el juez. Finalmente a esa edad, fue anotado legalmente como hijo de la señora que lo crío.
Estoy repitiendo lo que me contaron, tal cual lo escuché y, como dije hace unos renglones, aún me cuesta creerlo. Por suerte ese niño, hoy un hombre, sigue allí, en General Pico, seguramente dispuesto a confirmar pa-labra por palabra lo que acabo de escribir.
Este joven, al cual no voy a nombrar, quiere y necesita saber de su ori-gen. Lo que yo conocía de su historia sólo pudo guiarlo sobre la fecha esti-mada de su nacimiento. Le aconsejé que fuera a ver a Tania a Santa Rosa, incluso dándole la dirección que había obtenido en esos días. Sólo ella puede contestar a sus muchas preguntas.
Por algún misterioso designio del destino, mi historia y la suya están supeditadas a las palabras de una mujer que prefiere guardar silencio, es-cudada seguramente en el relativo daño que puede causarle a la fama de su hija.
Nuevamente debo terminar un párrafo con el sabor amargo de las pre-guntas sin respuesta.
¿Logrará alguna vez este joven saber algo sobre su verdadero origen?
¿Sabrá Carolina sobre la existencia de este pretendido hermano?
¿Se puede vivir una vida manteniendo tantas mentiras?
¿Será tan fácil cambiar la realidad?
La frase completa de Serrat es: "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio."
Esta verdad tiene remedio,... tiene remedio...

Ahora sí: Fin de la historia
Rubén Antolín Heredia - Septiembre del 2006

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